viernes, 21 de septiembre de 2007

"EL CUENTO"

Participante del concurso de Juegos Florales 2007 USMP

Necesitaba el cuento y lo necesitaba en ese momento. Tenía miedo y lo demostraba al momento de temblarle las manos, eran las dos y su reloj parecía un ojo dictador que controlaba sus palabras y sus manos. ¿Qué puedo escribir? – piensa don Jorge, ya había pasado el tiempo, todo se iba consumando y se sentía más obligado en encontrar un poco de capital con el cual sostenerse, era un “error” no haber hecho ello antes, por eso necesitaba el cuento. Se sentía mal, era mucho temor para sí solo, aunque el ambiente lo mostraba taciturno.
Con el café por la mitad a su lado izquierdo y sintiendo que su mesa en cualquier momento caería por el tiempo, su cuarto de la quinta era su único lugar, ya que el tiempo y sus años lo negaban a regresar, tanto la playa, el parque, así como su pueblo en el sur. Necesitaba el cuento, pero no podía tenerlo, aunque los minutos pasaban, la punta del lápiz estaba pegada al viejo cuadernillo, ni una palabra, solo el trazo del improvisado dibujo de una cruz, pero nada de cuento. Esta vez se acababa el tiempo.
Don Jorge con nombre de santo quería ser escritor, lo deseo desde aquella vez que renunció al periódico al que trabajaba de mensajero, lo deseo desde hacia tiempo y quiso desempeñarlo. Vas a terminar comiendo papeles – le decía su madre. Su cuarto en la quinta no era muy visitado, el que menos se le hacia extraño verlo llegar con unos libros y botando bollos de papel con palabras y oraciones inconclusas por la ventana; lo tildaban de loco pero sabían que no era cierto, muy educado con sus buenos días, pidiendo permisos o expresando adelantes al pasar un vecina, es bueno don Jorge.
A pesar de ser como era, de vivir allí donde las personas pasaban y se preguntaban que había dentro de la habitación, don Jorge no poseía los recursos suficientes. A sus 54 años se percataba de su situación cuando veía a su alrededor los indicios de la pobreza, desde como se acababa el kerosene, la bolsa de pan que estaba vacía y sus almuerzos no pasaban de ser arroz con alverjitas, eso, si había suerte poder comer un huevo frito o una menudencia de pollo.
El cuento seria la única vía para salvarlo, claro, recordando cuando esa tarde en una reunión se encontró con su viejo amigo Felipe de apellido Verástegui, promoción de la universidad al que siempre apoyaba en todo momento, cuando con copa en mano en plena conversación:
- Un cuento, eres bueno narrando, pero escribe uno, lo puedo publicar mientras trabaje allí en el diario, así te damos un sencillo.
El inconveniente era que don Jorge temía escribir, sus años deseando ser escritor lo estaban consumiendo y lo que quería hacer no pasaba de ser narraciones orales, como en aquellos tiempos que las historias se transmitían como cantares. Las veces que lo intento no podía ni siquiera comenzar o llegar a la mitad de una historia, a pesar que muchas cosas pasaron por su vida y tenia alguna anécdota con cercanos, el hombre parecía atrapado en el tormento de no escribir una oración para el cuento que quería, una frase o una narración especial. Las palabras procedentes de sus labios narrando las aventuras de su tío el abigéo o de su padre el ex combatiente, además de las historias de su familia entrelazadazas con condenas tristes no podían ser impregnadas en un papel.
Recordaba su situación, y lo sentía cada vez que al levantarse de la silla no escuchaba alguna moneda chocando con otra o viendo algún billete. “Escribe” decía a si mismo.
De un momento a otro escribió una frase, pensó en una historia, en la de su primo que había muerto en combate; que dejo en estado a su novia y que se volvió en un héroe anónimo mas de la historia de su país. Se sirvió más café en su taza y continuo el relato, sentía por momentos que iba mal, pero pensaba en correcciones y algunos cambios que vendrían el día que se publicara la historia, pensaba en lo que le darían, unos cuantos soles no caerían mal, serían bien recibidos solo para poder solventar algunos gastos y deudas venidas y por haber.
Ya era casi de noche, y suspiro cuando vio aquella hoja de su viejo cuadernillo, escrito de un lado a otro y con trazos, datos, dibujos diminutos y algunas correcciones; había terminado el cuento, no quiso esperar hasta el siguiente día y prefirió llamar de una vez a su amigo para contarle de su historia, la trama y si se podía publicar aún.
De un viejo abrigo saco una billetera, esta tenia algunas partes del cuero algo desteñidas y papeles sobresalidos entre tarjetas y recibos, busco uno especifico y soltó una sonrisa al ubicar una en especial, color blanco con el símbolo del diario en la parte superior el nombre Felipe Verástegui, editor del diario El Comercio; dos teléfonos, un celular y uno directo.
Hizo un esfuerzo, camino hasta la puerta y llego al patio de la quinta con el papel lleno de frases tachadas con lápiz, garabatos diversos y palabras separadas en la mano. Caminó hasta la esquina y llego al teléfono de la tienda. Saco de su bolsillo una moneda y comenzó a marcar el numero, “prefiero primero el celular para asegurarme”, pensó. Marcó los números y una voz lo dejo frío: Se le informa que el número que ha marcado se encuentra fuera de servicio.
Don Jorge tembló, no podía ser cierto, no se asustó, tal vez su celular se lo había robado, o lo había cambiado; se despreocupo y probo suerte con el teléfono directo:
- ¿Alo? – contesto una voz femenina.
- Aló, buenas tardes, disculpe ¿con el señor Felipe Verástegui?
- Eh.. ¿De parte de quien?
- Dígale que de su amigo Jorge Velásquez, por favor.
- Mmm... por favor espere señor.
Un melodía sonó, don Jorge se tranquilizo, ojalá no se demoren porque después la llamada se corta, mientras lo buscan le dicen quien es todo estará arreglado, observó el papel y procuro sostenerlo fuerte para que no se vaya con el viento...
- Aló – dijo la voz de un hombre.
- Alo ¿Felipe? Oye soy Jorge, fíjate que –
- Aló, señor Velásquez, disculpe, el señor Verástegui ya no trabaja aquí...
Sus labios quedaron detenidos al escuchar la interrupción, suspiro y agradeció, colgó el teléfono y camino con dirección a la quinta.
No quiso soltar algún indicio de tristeza, pero al ver el papel sacudía su cabeza como intentando buscar un aire que lo calmara, al llegar a su casa vio a los niños como lo espiaban y susurraban aun algunas frases. Don Jorge en el umbral de la puerta arrugo el papel, lo arrugó y lo soltó al patio y mientras cerraba la puerta escuchaba como los niños cogían el bollo de su cuento como una pelota de fútbol improvisada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ese cuento me encanto, T_T el pobre señor Jorge, esta rechvereeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee oeee x cierto esa foto recontra posera jajaja nos vemos, escribe mas cuentosssssssssssssssssss